Dentro de cada persona cohabitan dos personajes diferentes que nos sabotean de dentro a fuera cada vez que se pelean entre ellos. Son esas voces interiores que invaden nuestra mente, y nos van mareando en el día a día.
El primero es »el que manda», también denominado »perro de arriba». Se ocupa ocupa de todos nuestros mandatos, todas las cosas que nos vienen impuestas, aquellas cosas que debemos hacer.
Estas ideas vienen de parte e nuestros padres y también del entorno que nos rodea. Como si nos hubieran educado para cumplirlas y se nos activara como un piloto automático. Son cosas que hacemos sin pensar. Ejemplos de estos mandatos pueden ser »Tengo que ser buena persona», ‘Tengo que ser rico» o »No puedo llorar».
El »perro de arriba» ejerce de policía, de protector de los »deberías»que impone el buen hacer, el de este modo se convierte en un moralizador, mandón, represivo. Así que de algún modo apuesta por unas conductas aprendidas sin asimilar que él cree que le darán bienestar.
Si algunos de estos »deberías» que hemos aprendido de pequeños no se cumplen, entramos en conflicto y esto nos genera mucha ansiedad. Si por ejemplo, no puedo ser fuerte siempre, vivo muy mal la vulnerabilidad, o si las cosas no me salen perfectas, vivo muy mal el que me salgan las cosas no tan bien.
Puedo identificar a «mi perro de arriba» en acción cuando siento que lo que hago en determinada situación »no es suficiente», cuando me exijo y me acuso de »ser débil», de »estar perdiendo el tiempo», cuando me torturo con la culpa de algo que hice o no hice, cuando me comparo con mis compañeros de trabajo, cuando me juzgo por »no cumplir mis propias expectativas».
Por otro lado nos encontramos con »el mandado» o »perro de abajo». Este personaje lucha por satisfacer nuestros deseos, instintos, necesidades, por aquellas cosas que pedíamos de forma natural y cuando éramos unos niños.
También trata de controlar, aunque de un modo pasivo. Nos sabotea olvidándose de las cosas, fracasa. A veces representa a la victima de nuestro interior. Aplaza las tareas, se confunde y nunca se compromete. Como ejempo sirven pensamientos como »Me da pereza» o »No voy a saber hacerlo’.’
El «perro de abajo» dice: «ya lo haré mañana, qué pereza me da todo, no puedo, me da palo» y con todo este lio, la pobre personalidad fragmentada y dividida, agotada de las luchas entre los dos perros, se pregunta sin descanso: «porqué no puedo ir a correr una vez por semana si sé que lo necesito», «Porqué me siento tan mal si fallo en una evaluación», etc.
¿Cómo identificamos a nuestro perro de arriba y de abajo?
La ansiedad es la expresión justa del conflicto entre las dos partes de la persona. Aparece cuando lo que deseamos se opone directamente a lo que debemos hacer.
Para resolver este conflicto interno podemos establecer un diálogo entre estas dos partes hasta que puedan llegar a un acuerdo, negociar para que dejen de competir y colaboren para conseguir lo que se requiere.
Lo ideal es lograr que »el perro de arriba» permita cubrir nuestras necesidades, mientras el “perro de abajo” nos da permiso para realizar lo que creemos que debemos hacer. La ansiedad desaparece cuando nos aceptamos de forma completa a nosotros mismos. Cuando podemos aceptar a nuestro «perro de arriba y a nuestro perro de abajo».
Desde la terapia se facilita este diálogo entre las dos partes con el propósito de establecer una negociación entre ambos. Ambos «perros» son asimiliados como parte de nuestras personalidad. Al lograr que tanto uno como otro »cedan» ante la negociación, «el perro de abajo» ya no necesitará sabotear al perro de arriba .Al dialogar, ambas partes de la personalidad llegan a un acuerdo en el que cada una obtiene lo que desea, por lo que dejan de luchar.
Tomar contacto con las dos partes implica poder integrar a nuestros saboteadores, de la forma que ya no cumplan la función de saboteadores, sino de potenciadores de nuestro yo.