Vivimos en una sociedad tan progre, tan moderna y tan sumamente informada que a veces nos ponemos optimistas. Miramos a nuestro alrededor y nos parece que hemos avanzado algo desde los años 40. Llegamos a la conclusión de que ¡por fin! la mayoría de nosotros y nosotras somos gente madura, leída, respetuosa. Creemos ingenuamente que hay ciertos temas en los que, como nos decían nuestros padres cuando éramos muy pequeños y querían recordarnos una cosa que ya se suponía que teníamos que tener más que clara, “ni que decir tiene que…”, “no hará falta que te diga que…” o algo por el estilo.
Por eso, ni que decir tiene que tener VIH no es ninguna vergüenza. Tampoco lo es, por ejemplo, tener un cuerpo que no se ajusta al canon dictatorial de belleza, ser víctima de violencia ni necesitar apoyo psicológico para superar ciertos problemas, crecer y brillar.
No te equivoques: vergüenza es robar (sin necesidad), dañar a otro sin que haga falta, engañar, estafar, abusar, extorsionar. Hacer esas cosas sí debe dar vergüenza a quien las lleva a cabo y por eso los demás debemos afearle sus conductas. ¿Tener VIH, tener un problema pasajero o permanente, ser imperfecto y vulnerable? Lo siento pero no. Esas cosas no son una vergüenza porque, por muchas dificultades que te generen -si es que lo hacen- no te quitan ni un ápice de tu dignidad como persona, ni dicen en modo alguno que seas un ser humano mejor o peor. Que no te confundan los santos.
Pero mucha gente lo olvida. Cuando tú te has convencido de que ni decir tiene, ellos te recuerdan que ni decir tendría. Por eso, como quien no quiere la cosa, esa gente te afea lo que no te tiene que afear. Gente desinformada, gente con suerte que se ha librado de ciertas cosas, gente con un sentido de la moral ligeramente anticuado, gente que te dice que para ser creída como violada tienes que parecer violada, gente que por desconocimiento te mira desde su miedo, te mira para tu culpa, te mira avergonzándote.
Esa es la persona a la que dices que has tenido ladillas y te advierte con su barita mágica: “Ten cuidado con quien vas”; o que te reprocha la gonorrea que sin querer le has pegado gritándote que con quién has estado (respuesta: ¡contigo!). Es el médico al que le pides que te explique cómo es posible que hayas contraído VIH y te responde, investido de autoridad académica y olor de santidad: “Algo que has hecho mal”.
También lo olvidamos otros, sujetos inferiores a las élites impecables. Personas educadas en una sociedad que odia el sexo, personas entrenadas para callar lo que nos pasa en la cama, para agachar la cabeza cuando tenemos un problema y necesitamos ayuda asumiendo que eso tiene que ser a cambio de una bronca o una humillación.
Esos otros hemos aprendido que hay cosas que no se cuentan o que, si no hay más remedio, hay que contar con la boca pequeña porque nos merecemos todo lo que nos pase, porque quietecitos en nuestra casa no nos habría pasado nada, porque ya estábamos advertidos, porque a quién se le ocurre, porque no hemos sido lo suficientemente fuertes o responsables, porque en algún momento hemos sucumbido a una fragilidad imperdonable.
No niego que la vergüenza cumpla una función, como el resto de las emociones, ¿qué clase de psicólogo sería si lo ignorara? Pero también sé que genera sufrimiento, es decir, una enorme cantidad de dolor innecesario que al final se convierte en estéril. Ese dolor inhibe a la persona y la empequeñece, que la lleva a interiorizar el castigo externo y a aplicárselo a sí misma creyendo que lo merece.
Por eso, para pasar del condicional al indicativo, tengámoslo claro: contra la vergüenza, información. Compasión (de la buena), humildad. Contra la vergüenza, asertividad para contestar, fortaleza para poner las cosas y a las personas en su sitio, optimismo con nosotros mismos, transparencia. Honestidad.
Rafael San Román, psicólogo de Imagina MÁS
Me parece bastante más vergonzoso ser serofóbico y sin embargo es algo muy extendido en nuestra sociedad. Artículos y asociaciones como ésta trabajáis cada día para minimizar estas cosas, pero como en otros muchos ámbitos aún queda mucho por hacer.
Felicidades por el artículo y aunque yo no soy seropositivo, daros las gracias como asociación porque estáis ayudando en una sociedad donde el altruismo y la empatía son inexistentes en cuestiones como ésta.
¡Hola Roberto! Muchas gracias por leer el artículo y por tus palabras, comentarios así suponen un gran estímulo para todo el equipo. Como tú dices, no hace falta ser seropositivo para sentirse interpelado por un tema como el VIH. ¡Un saludo!