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Una creencia saca otra creencia

Nuestro comportamiento viene influenciado -que no definido- por nuestro sistema de creencias. Una creencia es una realidad que consideramos como cierta y que no necesita ser demostrada para cada uno de nosotros, es decir, para mí es así y punto.

Las creencias pueden venir de muchas fuentes: nuestras vivencias del día a día, nuestra cultura, nuestra educación o nuestra espiritualidad. De esto podemos deducir que las creencias son sólo perspectivas diferentes de una misma realidad, puesto que cuando dos personas se relacionan con el mundo, según el sistema de creencias de cada uno, la realidad es diferente, mientras que la realidad es la misma para los dos.

Creencias heredadas, potenciadoras y limitantes

Imaginemos que debido a la educación que he recibido de mis padres, una creencia heredada es que “puedo hacer todo aquello que desee y si no sale bien siempre puedo aprender de los errores”. Si esa es mi creencia probablemente me aventuraré a hacer más cosas que si la creencia que tengo instaurada es “si intentas algo y fallas, estás fracasando”.

La misma realidad -hacer cosas y no conseguirlas- parece diferente en función de mi sistema de creencias. Una de ellas se dice que es potenciadora, porque me impulsa a la acción, a arriesgar, a perseguir aquello que deseo alcanzar, y la otra es limitante, porque en lugar de invitarme al movimiento me invita a no experimentar, a ser conformista sin tener expectativas, dejándome inválido para buscar aquello que quiero conseguir.

Lo ideal será tener muchas creencias potenciadoras y pocas o ninguna limitante en nuestras vidas.

¿Cómo eliminar las creencias limitantes?

El primer paso es identificar cuál es la creencia limitante. Normalmente surge cuando afrontamos una situación concreta y surge en nosotros como afirmación categórica ante la realidad que estamos experimentando.

Suele hacer hincapié en las consecuencias negativas -a veces catastróficas- de las acciones que se necesitan realizar (“si dejo mi trabajo, no tendré seguridad económica”, “si no hago las cosas perfectas siempre, seré un mal empleado”, “si digo lo que pienso, la gente me odiará”).

Es importante enunciarla y escribirla para tenerla bien presente, de tal forma que deje de ser una creencia inconsciente para pasar a ser algo consciente.

Un segundo paso podría ser preguntarse si eso es cierto para ti. ¿De verdad esto es cierto para mí? ¿Siempre? ¿En todos los casos? Si la respuesta es negativa, entonces habremos sembrado la duda en nosotros sobre esa creencia, que ahora es consciente.

Si hacemos esta reflexión previa, cuando surja siempre podemos rebatirla respondiendo con un no rotundo a esa creencia. Cuando actuamos en contra de una creencia y demostramos que no es cierta, ésta se debilita y pasa de ser incuestionable a posiblemente cierta y con la repetición del patrón deja de ser cierta.

Como siguiente paso, aunque solapado con el anterior, hay que buscar una alternativa a esa creencia. No podemos eliminar una creencia así como así sobre algo que nos rodea, necesitamos tener algo que lo supla. Igual que un clavo saca otro clavo, una creencia saca otra creencia.

En resumen, el proceso para desarmar una creencia limitante es: identificarla, enunciarla, ponerla en duda, actuar para demostrar que no es cierta, buscar una nueva creencia y actuar como si la nueva creencia fuera correcta para reforzarla.

¿Cuál de tus creencias te está limitando en este momento? ¿Qué creencia podría ayudarte a desmontarla? Actúa como si no fuera cierto y observa qué ocurre.

 

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