La soledad se define como un estado involuntario ante la ausencia o la pérdida de algo o alguien que se desea, aunque, también puede ser una acción voluntaria de carecer de compañía. De esta forma, hacemos referencia a un cúmulo de sensaciones muy diversas que pueden variar desde un alto malestar acompañado de melancolía, a un estado de mayor bienestar buscado voluntariamente. Probablemente hablamos de un término multidimensional o, dicho de otro modo, un término insuficiente, ya que hace referencia a una gran amplitud de vivencias muy diferentes entre sí. Por ejemplo, en inglés, el término soledad se desglosa en diferentes palabras. Por una parte, loneliness que hace referencia al estado de estar sola y va acompañado de sensaciones de tristeza e infelicidad. Por otra parte, se encuentra el término solitude que se refiere a la situación de estar sola, a menudo por elección. Al final, nos hemos centrado en hablar de la soledad en función, exclusivamente, del número de personas a nuestro alrededor y dejando de lado la parte experiencial de la soledad. Es decir, por un lado, se encuentra el estado de soledad (tener compañía o no) y por otro, el sentimiento de soledad, los cuales son independientes entre sí.
A raíz de esta diversidad de estados y sentimientos, podemos vivenciar una soledad existencial relacionada con la autonomía y la toma de conciencia de una misma al darnos cuenta de que las experiencias vitales más profundas las afrontaremos solas. El no aceptar la soledad existencial nos puede llevar a una soledad más patológica que conlleva procesos de negación. Por otra parte, podemos referirnos a la soledad de sí misma que puede conllevar a unos procesos de disociación en los que existe una falta de identidad, al no conectarse consigo misma. Por el contrario, también se podría hablar de soledad social que implica la falta de identificación grupal o de la soledad emocional que se refiere a la necesidad de un vínculo emocional y compañía. Asimismo, también se describe la soledad física, la cual vivenciamos ante las pérdidas de personas o seres u objetos significativos. Por último, se habla de la soledad espiritual, es decir, aquella soledad que busca su misión en la vida.
No obstante, no podemos hablar de la soledad sin contextualizarlo dentro de las sociedades en las que vivimos. Los individuos no vivimos al margen de la sociedad ni las dinámicas sociales suceden al margen de los individuos. Más allá de las soledades descritas, y entendiéndolas como algo inherente al ser humano, no voy a entrar a romantizar la soledad, si bien, tampoco negaré la validez de los estados y sentimientos de soledad en los procesos de maduración de los individuos. Escuchamos frases como “si no sabes estar sola no sabrás estar con nadie”, “tienes que aprender a estar solo”, “sólo en la soledad encontrarás la creatividad”, “sólo en la soledad encontrarás la tranquilidad” etc. ¿Qué pasa si sientes una soledad que te genera una sensación terrible de vacío? Pues si seguimos romantizando la soledad significará que no sabes estar sola porque no quieres, entonces estarás fallando o haciendo muchas cosas mal, por lo que no serás una persona realizada y finalmente serás una fracasada. Claro, viviendo en sociedades tan individualistas donde “si quieres puedes” o con el entendimiento de un liberalismo en el que supuestamente no hay condicionantes sociales o psicológicos, entonces tiene sentido pensar que si te sientes sola es porque quieres. Aquí es donde ideas inconscientes, ancestrales y tremendamente tradicionales pueden tener un papel fundamental. Por ejemplo, se habla mucho de la soledad en personas mayores. En estas sociedades actuales no son económicamente rentables, por ello, dudo mucho que se desarrollen políticas sociales para paliar esta pandemia silenciosa en comparación con los recursos económicos que se han destinado para afrontar la pandemia del coronavirus, el cual puede afectar a todas las personas, incluidas las personas y empresas económicamente rentables. Lo mismo puede suceder a las personas migrantes que por múltiples motivos deciden o se ven obligadas a comenzar una vida en lugares en los que igual desconocen el idioma que se habla, las costumbres, las personas etc. lo cual puede llevarles a vivenciar una soledad acompañada con mucha melancolía. Por todo ello, se les obliga a adaptarse a una velocidad en la que, en ocasiones, la propia mente no puede llegar tan rápido, sin embargo, socialmente dejamos de mirar estas realidades y seguimos.
Michel Foucault habla de la soledad unida al poder, por supuesto. Menciona la “zona de negación” a la que se le excluye de la sociedad a las personas diferentes cuando “no encajan”, lo que les sitúa en una soledad disciplinada y si interioriza las normas se convierte en un sujeto disciplinado dentro de la sociedad. El mismo autor describe esta soledad como la soledad secuestrada que vivencian algunas personas por la edad, la raza o etnia, la sexualidad, la salud mental etc. y el poder las “institucionaliza” para su “normalización”. Esta obra de Foucault ayuda a entender la soledad impuesta, sigilosamente, a las personas LGTBIAQ+, es decir, además de vivenciar las soledades ya mencionadas, las cuales algunas son parte del ser humano, se une una soledad secuestrada y actualmente endeudada y controlada (Deleuze, 2005).
Los últimos años se ha observado, en cuanto al estado de soledad, que menos del 25% de las personas LGTBIAQ+ ven a un miembro de la familia a la semana mientras que en las personas cis y heterosexuales aumenta al 50%. A su vez, las personas cis y heterosexuales se relacionan en persona con sus amistades en un porcentaje significativamente mayor en comparación con las personas LGTBIAQ+ que lo hacen a través de las tecnologías. Asimismo, el sentimiento de soledad se ha visto, como resultado, que en personas LTBIAQ+ realizan un menor número de interacciones familiares, de amistades y comunitarias debido a la homofobia interiorizada. Estos resultados que reflejan cuantitativamente el posible alto estado de soledad de las personas LGTBIAQ+ son cada vez más visibles y estudiados. Del mismo modo, podría justificarse dentro del marco teórico desarrollado por Foucault acerca de la soledad secuestrada a raíz de los poderes normativos.
Estas vivencias y principalmente las relaciones familiares, en ocasiones ausentes o poco frecuentes, confrontan con el dogma de “la familia (biológica)” como eje central del ser humano, lo que constituye un castigo social si no muestras una fe inalterable ante este núcleo social. A raíz de esta creencia dogmática y de los cambios sociales de las últimas décadas, parece haberse desarrollado un ensalzamiento del individualismo lo que supone un estado negacionista de que somos animales sociales y que continuamos, inconscientemente, asimilando “la familia” como núcleo social y existencial. A veces confundimos la soledad con saber estar solas, pero no tiene por qué ser así, esto a veces puede ser una huida de una misma o de vivencias a afrontar. Otras veces, creemos que al ser autosuficientes logramos la plenitud del aprendizaje de la soledad. Sin embargo, volvemos a negar, otra vez, que somos animales sociales que el grupo nos aporta y lo necesitamos vivenciar desde la autonomía.
Ante estas paradojas entre el individualismo y la familia nos sesgamos al buscar diferentes caminos para afrontar o huir de la soledad involuntaria, pero no podemos desprendernos de la soledad existencial. Podremos intentar huir de ella, luchar contra ella, negarla, pero siempre estará, ya que al final, los problemas más vitales de nuestra existencia los afrontamos desde la soledad, quizá acompañadas, pero solas. Así, es fundamental la toma de conciencia de nuestras necesidades reales. En vez de dejarnos llevar por los pensamientos inconscientes de la niña interna que se guía por las normas tradicionales en el que supuestamente el destino está escrito y tendrá un final feliz, también existe el camino de la autoconciencia, autonomía y responsabilidad de la elección. Ante crisis internas y también sociales, véase las reacciones humanas ante la pandemia del coronavirus, muchas veces se observa que en el proceso de individuación muchas personas vuelven a caminos conservadores donde encuentran esa tranquilidad anhelada o, por el contrario, deciden cambios vitales y nuevos caminos a pesar del afrontamiento a la soledad existencial, lo que puede conllevar a conflictos familiares y sociales. En definitiva, la soledad es un pilar fundamental en terapia, a la que acudimos para poder aliviarla debido a la no conexión con el entorno, con una misma, con el duelo o con la espiritualidad. Al final, ante la soledad, buscamos ser, realmente, vistas, vistes o vistos.
Miren Zuazua, psicóloga