Dar un diagnóstico de VIH o resolver las dudas de una persona que ya tiene la infección no es algo que se pueda hacer a la ligera. “A la ligera” quiere decir de cualquier manera: elucubrando, con prisas, con ambigüedades, juzgando a la persona o eludiendo sus inquietudes.
Sabemos que la labor de los y las profesionales de la medicina es difícil y que a veces tiene lugar en condiciones que quemarían hasta a un glaciar. Sin embargo, tampoco nos cansamos de recordar que la labor médica consiste no solo en curar sino también, ineludiblemente, en cuidar. Cuidando la voz, los mensajes, las maneras, la actitud, se sanan muchas heridas y se impide que otras se infecten. Cuidar, sanar, incluye no solo la pericia técnica de acertar en el dato, sino entender la relación entre médico y paciente como algo que está al servicio del bienestar integral de este último. También cuando hablamos de VIH.
De este modo, responder “Pues algo que has hecho mal” cuando un paciente muestra su perplejidad ante un diagnóstico de VIH que no se espera es un acto fallido como médico y tiene un impacto negativo en la salud de esa persona. Porque su salud va mucho más allá de los valores expresados en su analítica. Al decir aquellas palabras, el profesional deja de ser médico y se convierte, durante unos segundos, en un mero aficionado que aún desconoce los fundamentos de su profesión.
Insinuar de manera acrítica que un paciente quiere iniciar su tratamiento antirretroviral –o su profilaxis preexposición- porque quiere tener relaciones sexuales sin condón cuanto antes en lugar de porque quiere proteger su salud también es un acto fallido como médico, además de una estupidez. Al decirlo, el profesional deja de ser médico y se convierte, durante unos segundos, en un juez de otra época, desubicado e impertinente. Juzgar nunca ha mejorado la salud de nadie.
Ofrecer un antibiótico potente ante unos síntomas que ya no se sabe cómo abordar acompañándolo de la frase “Pero lo tuyo tiene toda la pinta de síntomas de VIH” no solo es una aberración desde el punto de vista técnico que haría sonrojar a cualquier estudiante de 1º de Medicina, sino que es completamente innecesario. Comentarios de este tipo, lanzados al aire de manera despreocupada y sin contención, tienen un efecto altamente pernicioso en el bienestar subjetivo de quien los recibe. Es decir, en su salud.
Cosas así, y similares, suceden con más frecuencia de la que sería deseable en nuestros centros de atención primaria y hospitales. Son servicios repletos de profesionales admirables no siempre adecuadamente reconocidos, cuya labor hay que agradecer y facilitar. Pero también son servicios donde trabajan profesionales poco reciclados, con una visión distorsionada de su profesión, cargados de prejuicios de los que a menudo no son conscientes y que les llevan a actuar como meros autómatas de la sanidad, en lugar de como profesionales completos de la salud.
Un buen médico sabe que curar plenamente a sus pacientes siempre incluye su actitud como profesional mientras solo a veces depende de las medicinas que tenga a su disposición.
Sanar no es dispensar noticias sobre el estatus serológico de las personas ni hacer juicios ideológicos sobre las preocupaciones de estas acerca de su salud. Sanar es escuchar esas preocupaciones, procesarlas y responderlas desde una actitud de cuidado. Hay virus que no se pueden matar, pero si la persona que los tiene es correctamente tratada por el profesional que tiene delante podrá sentir que, dentro de lo humanamente posible, está siendo sanada.
Rafael San Román