A finales de enero, mi amigo Pedro me dejaba un comentario en un post donde cuestionaba la forma en que yo estaba tratando el tema de la responsabilidad en la transmisión del VIH. Me decía, por ejemplo: “creo que el discurso construido en torno a la indetectabilidad, la PrEP y la detección precoz entrañan el riesgo de construir dos tipos de seropositiv@s: los buen@s seropositiv@s (indetectables) y los mal@s (serodesconocid@s o detectables)”. Este comentario de Pedro quedó resonando en mí, y aún hoy resuena.
Por aquel entonces, yo ya hablaba a menudo con Fabián, otro amigo. Discutíamos los temas que aparecían en el blog, y la cuestión de la responsabilidad en la transmisión no tardó en salir. La conversación que compartimos en este post se inició a principios de febrero y ha continuado hasta la pasada semana. Se trata de un intercambio que se desarrolló durante dos meses y medio. Ambos experimentamos el mismo proceso: al re-leer hoy nuestras primeras intervenciones, ya no nos reconocemos en nuestras ideas, pues estos meses han pasado muy rápido y han sido intensos en reflexión. Como dice el propio Fabián, “¡Me ha sorprendido muchísimo cómo ha podido correr tanta agua bajo el puente en menos de tres meses!”
Este post es modélico en muchos sentidos. Es una conversación con un amigo, incitada por otro amigo. ASS- quiere ser un blog abierto a la conversación sosegada y sin tabúes, con quien comparto parecer y con quien no. Ojalá otros amigos se animen a intervenir. Las puertas están abiertas de par en par.
Antes de comenzar, dejo que Fabián se presente solito:
“Soy Fabián Ludueña Romandini, filósofo. Uranista diligente. Me reconozco en el linaje maldito de Sodoma. Resultados de laboratorio arrojan un estatus serológico negativo (última actualización: febrero de 2016). Vivo en la provincia de Buenos Aires, República Argentina. Me interesa la sexualidad y el VIH porque soy un ser humano. Todavía creo que el camino del amor, según pasan las primaveras, no es un argumento sutil.”
Insisto que algunas de las opiniones aquí vertidas no se corresponden con las que hoy sostenemos, pero es interesante observar la evolución.
Febrero de 2016. Inicio de la conversación con Miguel. “En un girón de Buenos Aires, aquel que obliga a recordar, cuando la noche dijo adiós”.
La conversación comienza in medias res:
MIGUEL: Es difícil para mí interpelar al seronegativo para que piense que la ética de la seropositividad no depende sólo de nosotros los seropositivos; es difícil no hacerlo sin caer en contradicción con mi propia ética sexual, la de no informar a partir del miedo. Pero bueno, en esa diatriba sigo pensando. A lo que más vueltas le estoy dando últimamente es precisamente al tema de la responsabilidad. ¿Hay responsables en una transmisión? Tradicionalmente las campañas de prevención nos han cargado a nosotros los seropositivos con toda la responsabilidad. En algunos lugares, hasta nos criminalizan por ello. Seroconvertirte, para el Estado, es sinónimo de fracaso -has fracasado como hombre gay, que debería haber pasado por su vida sexual sorteando el VIH. Por un lado, quiero escribir contra eso. Pero, por otro lado, también quiero escribir contra la idea defendida por algunos seropositivos de que abandonemos cualquier noción de responsabilidad, pues al fin y al cabo para que se produzca una transmisión tiene que haber dos factores: una carga viral detectable y una entrada disponible en el cuerpo seronegativo.
Yo personalmente sí creo en cierta noción de responsabilidad, aunque tengo que seguir concretando en qué consiste esa responsabilidad. Creo en una responsabilidad individual, con respecto a mis parejas sexuales, y en una responsabilidad comunitaria: me gustaría apostar por un pacto tácito particularmente en la comunidad gay (quién sabe qué es eso) por acabar con la epidemia, no a través de la abstinencia, sino de cierta forma de empoderamiento en salud sexual. En fin, el tema de la responsabilidad es muy escurridizo.
FABIÁN: Ciertamente la ética del Estado es nefasta, desde mi punto de vista, para cualquier enfermedad puesto que, finalmente, siempre terminas siendo culpabilizado de tus dolencias (de un modo u otro). Al VIH se le agrega, terriblemente, una carga moral insoportable y todos debemos luchar contra ello. En cuanto a la noción de responsabilidad en la transmisión, cierto, es muy ambigua. Por un lado, diría que si hay alguna responsabilidad es compartida por todos los que participen de un acto sexual. La responsabilidad es dual o grupal: todos debemos cuidarnos entre sí y, en este punto, no veo razón alguna para exigirle más a un seropositivo. Por otro lado, un seropositivo consciente, debido a que ha pasado por un auténtico suplicio cultural, burocrático y emocional, sin duda tiene mayor agudeza para saber lo que ocurre o se juega en las relaciones sexuales. Pero no diría, en principio, que eso lo hace más responsable que los demás. Tiendo a creer que tiene más herramientas (en general, así suele ocurrir) pero, en un acto sexual, todos construimos una responsabilidad circunstancial o un deber de cuidado de los otros. Pienso que el deber de cuidado existe siempre pero, como en otros ámbitos, en la sexualidad muchísimas veces es dejado de lado por variadas e injustificadas razones.
Coincido además contigo en que la abstinencia no es ni puede ser un camino posible. En cambio, el empoderamiento de la comunidad gay que tú mencionas a mí me parece un camino enormemente fructífero. Sólo agregaría, que es una especie de horizonte al que todos tenemos que aspirar pero, si me baso en la experiencia de lo que he visto, pienso que será siempre un pacto precario pues estamos aquí tratando con las emociones, los deseos y las pulsiones. Eso es garantía de que todo pacto en estos ámbitos es frágil. Pero, como también ocurre en la gran política, aquí tampoco esto es óbice para que intentemos que el cuidado mutuo se extienda lo más posible. En fin, es una especie de tarea infinita pero, por ello mismo, de la máxima importancia. Si pensamos, por ejemplo, que el cuidado de uno mismo y de los otros en la sexualidad compartida es una forma de responsabilidad de todos sería un gran avance. Pero debemos contar siempre, modestamente creo yo, con el hecho de que los seres humanos no nos caracterizamos, grosso modo, por ser excelsos en el cuidado de nuestros semejantes. No lo somos en la política y en la sociedad y es razonable pensar que no lo seremos nunca completamente en la sexualidad. Pero allí me parece radicar uno de los sentidos del activismo: tratar de expandir las fronteras de lo humano y de lo posible.
MIGUEL: Es crucial eso que apuntas de que cualquier pacto colectivo, cuando hay emociones y pulsiones de por medio, es siempre precario. Es importante no perder esto de vista. Pero, intentando ir más allá, me cuestiono si ese pacto tácito es siquiera deseable. Dicho de otra forma: ¿qué ocurre si alguien desea infectarse? ¿es legítimo ese deseo? Yo entiendo que el deseo de infectar a alguien no es legítimo, a no ser que el infectado esté de acuerdo. Pero, ¿es legítimo querer seroconvertirse uno mismo, y subvertir ese supuesto pacto colectivo? En principio, me parece que sí. Alguien puede hacer el balance y decir: «me gusta follar a pelo, detesto los condones, el VIH no va a acortarme la vida y puede que ni me reduzca considerablemente la calidad de la misma (todo esto es un poco hipotético aún), ¿por qué entonces tendría que renunciar a follar como me gusta?» O yendo más al extremo, incluso si el VIH acortase la vida digamos veinte años, alguien puede tomar la decisión de que aún así para él merece la pena disfrutar del sexo como él lo entiende, sin gomas. ¿Tengo yo alguna autoridad, basándome en el bienestar y en la salud comunitaria para exigirle responsabilidad, que cambie esa conducta, que haga sus renuncias? Difícil.
La verdad es que yo no creo en ninguna mística de la comunidad en ese sentido, por eso empecé el blog hablando de éticas personales. Pero a veces cargamos fuerte contra las políticas represivas del Estado, también en lo sexual, y me pregunto si no el Estado, ¿qué hacemos nosotros, los homosexuales, al respecto? ¿Sentarnos a esperar que aparezca la cura y hacer como si nada hubiera pasado? Me parece que no. Por eso, aunque no me parece legítimo intervenir en las prácticas sexuales de cada uno, tampoco desecho del todo la noción de responsabilidad: yo la pongo en la cuestión de hacerse el test. Si uno se hace el test regularmente, sea seropositivo o seronegativo, puede prevenir la transmisión de forma muy eficaz (con tratamiento si es seropositivo, lo que llamamos TasP).
FABIÁN: Si alguien desea infectarse, efectivamente, cualquier pacto se deshace. A eso me refiero, precisamente, con la precariedad de los pactos cuando estos tocan al deseo. Entonces lo que tú dices cobra una relevancia enorme y se abre la cuestión de la legitimidad del deseo. En principio, diría que ningún deseo es ilegítimo. Sin embargo, y querría ser muy claro en este punto, esta situación no debería, según mi opinión, conducir a un acto canalla como sería el infectar a alguien sin su consentimiento, por ejemplo. Según entiendo, existen dos planos diferentes: en primer lugar, el deseo es imposible de juzgar pero tiene un significado que se puede intentar comprender. En segundo lugar, nuestros espacios globales actuales son superficies donde se desplazan los deseos más dispares. Sin embargo, hay un momento en el que alguien, cada uno de nosotros, debe decir «yo» frente a esos deseos. El deseo no es éticamente ponderable pero sí lo es la persona que asume el camino que tomará su deseo. Asumir el deseo en primera persona es una de las tareas de una ética sexual (entre tantas otras cosas, cuando tú escribes en tu blog, estás tomando esa posición que es el punto de partida que todos deberíamos seguir, pero también, es lo que provocas en el lector – ese efecto se ha producido en mí por ejemplo- una invitación inmediata a tomar en primera persona el propio deseo).
En cuanto al Estado, por definición, debería intervenir cuando se toca la esfera de un crimen (y la tipificación debería ser clara y jamás una forma de persecución encubierta). En el caso que nos ocupa (dejo de lado expresamente otros), el VIH, todo debería ser redefinido. Es importantísimo que el Estado deje de establecer crímenes donde nos los hay (que es un expeditivo para realizar un control epidemiológico, fracasado de antemano, de la peor especie). En cambio, estimo fundamental que el Estado se ocupe de otorgar los recursos necesarios para la salud de la comunidad toda: atención médica, medicación e información para empezar. Pero no está allí para exigir renuncias o pontificar sobre las prácticas sexuales de las personas. Luego la comunidad (sea como fuere que ella se defina) tampoco debería transformar una campaña de información en una forma de prescripción sexual encubierta o peor, de discriminación manifiesta (los límites son muy borrosos, tú lo has mostrado estupendamente en uno de tus últimos posts).
Pero, creo yo, cuando el deseo se asume en primera persona, uno tiene que responder por lo que hace con eso. Si la decisión es atar el deseo a una forma de daño (retomando nuestro ejemplo, queriendo contagiar a otro sin su consentimiento), allí tenemos un acto reprochable. Si la decisión es atar el deseo a la vida, el cuidado del otro asume un papel principal y, entonces, ya no importa la condición de seropositivo o seronegativo sino, nada más y nada menos, que el acto de cuidar a nuestros partenaires sexuales independientemente de su estatus serológico. El cuidado podrá incluir un conocimiento de ese estatus (el hacerse el test, como tú has dicho) pero no será la piedra de toque del mismo.
Si hay esperanzas para alguna comunidad (sexual o también en un sentido más amplio porque aquí se juegan cuestiones que nos trascienden) creo que reside en la posibilidad de terminar con el estigma que hace del VIH una marca de identidad. Esa asociación nefasta debe deshacerse. Nadie es (ni se define por) el virus que, eventualmente, porta. Incluso las variantes más consensuales del «poz breeding» me parece que no comprenden esto cabalmente y lo que hacen es invertir la identidad negativa (socialmente inducida) en una positiva (grupalmente acordada). Es posible hacerlo. Pero no creo que sea ni suficiente ni lo más ambicioso a lo que se puede aspirar en una ética sexual por más personal que esta sea. Yo prefiero preguntar, ¿qué podría pasar si algún día logramos que el VIH no sea más el portador de la identidad de una persona?
Abril de 2016, al final de la conversación con Miguel. El otoño ha llegado a la verde llanura.
MIGUEL: Para mí, uso la etiqueta «soy seropositivo», y no creo que sea una etiqueta identitaria. También «soy andaluz» o «soy alto», y éstas no son cualidades que me definan especialmente, pues tengo poco de nacionalista y lo de alto depende del país donde viva, cuando residía en Holanda yo era más bien de estatura media. En fin, no son etiquetas identitarias porque no son elegidas, ni elegí mi seropositividad, ni mi lugar de nacimiento, ni mi altura, pero no tengo problemas en usar el «soy» para ello. Sin embargo, «soy profesor» y «soy investigador» sí son etiquetas identitarias, completamente elegidas por mí y que expresan mi posición en el mundo. Con esto quiero decir que hay muchos tipos de «soy», unos más fuertes que otros. Esto de los «soy» que te son asignados (o «soy» débiles) y los «soy» que uno decide incorporar (o «soy» fuertes o identitarios) es también una forma de combatir la idea de la seropositividad como una «enfermedad que uno se busca», como algunos reaccionarios la han considerado, y usado para descalificar a los afectados y para pedir que se nos castigue por medio de la retirada de servicios médicos. Mi «soy seropositivo» es un «soy» asignado y débil, nunca lo decidí, ni yo ni prácticamente nadie se buscó la seroconversión.
Uso el «soy» no porque el virus me defina; lo que me define es que puedo decirlo sin vergüenza de ningún tipo. Yo actualmente «soy seropositivo», y lo soy de una manera muy visible, pero va a pasar. De hecho, soy seropositivo visible para que de tanta visibilidad, un día esa seropositividad deje de verse. También en mis relaciones sexuales. El objetivo es que en un futuro hipotético todo el mundo sepa que soy seropositivo, y todo el mundo lo haya asimilado tanto, que lo olvide.
Con respecto a que cualquier deseo es legítimo, también estoy de acuerdo, dentro de los límites éticos del cuidado íntegro del otro. Pero teniendo en cuenta que es el otro el que determina qué es cuidarlo. Unos requieren que los penetren con condón, otros sin condón, y en ambos casos uno los está cuidando, porque ellos han establecido los parámetros. Ahora, ¿qué hacemos con nuestros propios deseos? Como estamos tan expuestos a la pornografía, profesional y amateur, las fantasías se multiplican y son realizables y programables. No significa que antes del porno de masas no hubiera fantasías, pero es diferente. Me explico: hace poco vi una película porno que se titulaba «Viral Load» (Carga Viral), que es lo que nos miden cada tres meses a nosotros los seropositivos para ver cuánta cantidad de virus hay en nuestra sangre. «Viral Load» es un juego de palabras, porque «load» también significa «corrida», «semen». La película era sobre un chico al que se follaban entre unos diez hombres, y al final directamente de una jeringuilla le introducían en el ano un tarro entero de semen. Se jugaba con la idea de que es semen de personas seropositivas, aunque no se especificaba. O sea, el sexo se había reducido a la inyección de semen seropositivo. Fue un exitazo.
Entiendo esto como una fantasía extrema, que habla de nuestros deseos y de nuestros terrores. La cuestión es que hoy el límite entre fantasía y realidad es muy difuso, porque me fue tan fácil como entrar en Facebook, buscar el nombre del actor y encontrarlo ahí, para que todo dejara de ser fantasía y convertirse en la realidad de otro hombre como yo. Me hice amigo de él. Dejó de ser una fantasía; en un hombre real, con el que puedo hablar, que escribe posts y da entrevistas sobre esa película. Siempre pongo casos extremos, pero hay otros. Hoy uno se conecta a Grindr y ahí puede encontrar desde citas románticas a maratones de sexo a pelo. Las fantasías siempre existieron, hoy son fácilmente accesibles y programables. Las protagoniza cualquiera de nosotros, no un actor porno al que nunca vamos a conocer.
¿Qué hacemos, entonces? ¿Somos irresponsables por llevarlas a cabo? ¿Cómo pone uno el límite entre lo que desea y lo que es accesible, cuando todo parece accesible? ¿Son deseables los límites? Para mí, sí. ¿Cómo ponernos límites sin convertirnos en policías de nuestro propio deseo? ¿Qué hacer con todo lo que deseamos y que está accesible, pero que hemos decidido no llevar a cabo? No sé cómo lo ves tú, yo aún no tengo respuestas definitivas a algunas de estas preguntas. El problema del VIH es que hemos asimilado que ir a la cama puede significa ir a la mortaja, si uno no se controla. La idea de que el sexo mata. Para que esto cambie, y eso es lo que más me importa en este momento, se necesitaría una comunidad muy informada sexualmente y más consciente que nunca, tan consciente que haya incorporado esa información y pueda permitirse el lujo de olvidarla, y disfrutar plenamente del sexo.
Hay muchas fantasías que quiero experimentar en esta vida, pero para ello tengo que crearme unos parámetros que me permitan realizarlas sin hacerme daño y sin hacer daño a otros, sin obsesionarnos con el miedo. El mito del héroe suicida no va mucho conmigo; si voy a saltar del avión, yo necesito un buen paracaídas. Hay un sentencia horrible que te dicen siempre aquí los médicos: «recuerda que al acostarte con uno, te acuestas con todos los que esa persona se ha acostado antes». Es horrible porque avergüenza y atemoriza por el hecho de vivir en una comunidad promiscua, pero al mismo tiempo es hasta ahí donde un médico puede ver. Es también una sentencia maravillosa, porque implica que todos pertenecemos a una comunidad de fluidos. Yo me considero bastante valiente para lo social, pero tremendamente miedoso en lo médico. La pregunta es: ¿cómo conseguir ser vanguardia de salud sexual, mientras seguimos experimentando en el sexo? Es muy importante para mí que los miedos no me hagan perder de vista que una relación íntima entre dos personas es una de las experiencias vitales más bellas que tenemos, y hay que defenderla.
FABIÁN: Efectivamente, tú tienes razón. Una primera cuestión se encamina a partir de los usos del verbo “ser”. En este sentido, la lingüística puede ayudarnos a pensar este problema. El verbo “ser” permite dos tipos de predicados: por un lado, el predicado episódico (en tu caso, sería “soy alto, andaluz, seropositivo”), es decir, son rasgos accidentales para quien los enuncia. Y luego tenemos el predicado de individuo que, al contrario, acentúa los rasgos permanentes o que alguien desea como identitarios (nuevamente, en tu caso, “soy profesor”, “soy investigador”). Entonces, me parece que una línea profunda de la ética sexual de la que estamos hablando debería pasar por convertirse en una ética en la que la seropositividad pueda ser episódica y no identitaria. Es decir que una ética ideal debería hacer del “soy seropositivo” un episodio y no un rasgo definitorio. Esa es una ética de la libertad y no debemos ceder, creo yo, en este horizonte.
Hasta que una cura definitiva sea encontrada (y hay que exigir a los poderes públicos que esa cura se busque con tenacidad), no soy muy optimista acerca de que el estatus serológico pueda ser algo que, de tanto visibilizarse, pase al olvido simplemente porque allí están las instituciones médicas que reposan, precisamente, en definirnos a los individuos por nuestras enfermedades. Por lo tanto, es necesario contar con la ayuda de los médicos pero, al mismo tiempo, no hay que permitir que posean el monopolio político de la definición de la identidad de sus pacientes. La frase de los médicos que me comentas es pavorosa pero no porque sea completamente falsa (en estricta lógica, tener relaciones sexuales con una sola persona en la vida que no sea virgen, ya significa haberse acostado, por derivación, con una buena parte sino con todo el género humano en un determinado lapso histórico). Pero, como suele ocurrir, este enunciado que cuando lo vehiculizan los médicos sólo tiene un sentido policíaco y moralista, encierra una paradoja más profunda: todos los cuerpos existentes en el mundo, en el fondo, estamos enlazados en un destino común. Una epidemia es una dramática muestra de ello. Por eso la sexualidad y el VIH son un asunto universal porque todos compartimos, en tanto que humanos, un mismo ecosistema de cuerpos enlazados.
Nadie puede resultar autosuficiente porque, por definición, no podemos serlo (para empezar, todos respiramos el mismo aire y luego somos parte de un mega-ambiente de la vida en el que se transmiten, entre tantas cosas, virus que van de cuerpo en cuerpo; los médicos no se ocupan de esta paradoja mucho más real que el otro ejemplo sexual porque no pueden instituir moralizaciones en este caso). Además, ningún médico habla nunca de su propio estatuto serológico (si son médicos, se los supone seronegativos, por supuesto). Entonces, la profesión médica, por definición, es una de los oficios que exige de sus practicantes gigantescos esfuerzos de domesticación de sus propios cuerpos, deseos y afectos. Afortunadamente, hay médicos que viven de otro modo y actúan de otro modo. Son minoritarios. Pero tanto como el saber científico es necesario para abordar el tratamiento y la cura de la enfermedad, tanto es necesario desposeer a la medicina de su función moral en la sociedad.
Por otra parte, coincido con tu análisis de Viral Load y con lo que dices sobre Grindr. Hoy las formas de la socialización gay y la sexualidad están mutando de modo creciente. Ahora nadie es irresponsable por llevar a cabo una fantasía y aún películas como Viral Load no alcanzan los extremos que podría haber tenido una bacanal romana… En ese sentido, me atrevería a decir que somos una sociedad mucho más cautelosa y no tan imaginativa como podría parecer a primera vista. Pero la «carga» viral cambia el escenario y, ahora como antes pero ahora más que nunca, el Estado se hace presente -y no sólo con los médicos cuya función técnica no cuestiono en absoluto- entre nuestros cuerpos.
Yo también creo que los límites son necesarios pero esto es, justamente, la ética de la que estamos hablando aquí. Esta tiene lugar cuando alguien enuncia, en primera persona, lo que puede o no puede respecto de su deseo. Que el recto o la vagina no sean una tumba (para recordar una obra célebre de la época de los comienzos de la epidemia) no es sólo una cuestión médica sino, también, comunitaria pero, sobre todo, es el abismo que plantea la ética individual, siempre imperfecta. Tanto que, incluso, me parece insuficiente que únicamente sea el otro quien determine qué es cuidarlo o, al menos, la práctica cotidiana puede inducirnos a situaciones harto delicadas. De hecho, imaginemos el caso ideal de adultos dispuestos a dar su consentimiento pleno a las prácticas sexuales que vayan a llevar adelante. ¿Qué ocurriría si el otro piensa que el cuidado que necesita es, justamente, recibir una carga viral o, por ejemplo, sufrir un daño físico permanente? Alguien podría decir que si el otro lo quiere y a mí no me daña, ¿por qué no hacerlo? Pero ¿quién es el otro cuando hay dos o más personas involucradas en un encuentro sexual? Todos somos «otros» según donde nos coloquemos para vernos. Y muchas veces uno puede verse llevado, aún sin habérselo propuesto, a tener que ser responsable por las decisiones que el otro no puede tomar. No hay duda: el daño del otro es lo que siempre se busca evitar.
Con todo, no es para nada seguro que lo que el otro quiere deba siempre hacerse aún si parece inocuo para quien lo lleva adelante. Al contrario, muchas veces es necesario no hacer algo a pesar de que el otro lo quiera (porque uno no sólo debe pensar por sí mismo sino que, muchas veces, puede sorprenderse pensando por lo que el otro no pensó). Por supuesto, esto no tiene nada que ver con la capacidades intelectuales de las personas sino con los afectos, posibilidades y éticas personales. En las situaciones sexuales entre adultos (pero no solamente), no existen los parámetros absolutos, los límites se desdibujan todo el tiempo. Por ello mismo, una ética sexual es precaria e inmanente casi siempre pero un desafío es que no se reduzca meramente a una “negociación” entre partes como si follar fuese un contrato comercial más (comercio de cuerpos y fluidos en este caso). Hay que dejar la puerta abierta a los adultos en la impronta de un deseo incierto y no programable pero, paradójicamente, responsable. ¿Cómo se logra todo esto? ¡No es posible saberlo por anticipado! Pero podemos, por ejemplo, dialogar, apoyar el activismo comunitario, leer tu columna, hablar de nuestras incertidumbres comunes. Esto ya son pasos fundamentales.
Por último, me parece bien que tengamos miedos y que carezcamos de respuestas definitivas. Yo tengo muchísimos miedos, no tengo respuestas definitivas tampoco y fantasías también tengo muchas. Quizá el enorme desafío es que, al menos, los miedos sean nuestros (y no los miedos propiciados por el Estado) y las fantasías también sean más nuestras (y menos motorizadas, por ejemplo, por la industria masiva del porno que, a veces sin que nos demos cuenta, conduce nuestras prácticas sexuales porque, además, curiosamente así lo pedimos). Entonces, no sé si habremos avanzado mucho en la búsqueda de la ética sexual con nuestra charla pero, al menos en mi caso, me he quedado con menos miedos que antes.
Me interesa qué piensas sobre este tema. Puedes escribirme abajo en los comentarios, en Facebook, o en amorsexoserologia@gmail.com
Éste es un post de ASS- escrito por Miguel Caballero para Imagina Más