Cuando alguien hace lo que ha hecho Pablo Alborán –comparece en las redes para decir que es gay- da la impresión de que demasiada gente acaba enfadada, molesta o incómoda por alguna razón. Es cierto que muchas personas se alegran por él, les parece estupendo como servicio a la comunidad, empatizan con su proceso personal y luego siguen a lo suyo. Sin embargo, otra gran masa se revuelve, en direcciones a veces contradictorias, cada vez que alguien la saca de su conformismo con una declaración pública sobre la orientación sexual.
Si el hecho de que Pablo Alborán salga del armario careciera de la más mínima importancia entonces no estaríamos hablando de ello. Por tanto, esa importancia no está en cuestión. La cuestión es que a estas alturas sigamos sin tener un acuerdo claro sobre si este hecho nos enseña una botella medio llena o medio vacía sobre el nivel de normalidad que el colectivo LGTBI+ ha logrado alcanzar a la altura del año 2020. Y, por supuesto, la cuestión no es tanto que Pablo salga del armario para el gran público (eso está bien sin matices) sino entender por qué no lo había hecho antes y por qué lo hace ahora de esta manera.
Por eso Pablo Alborán pulsa la tecla de “publicar” y entonces comienza el debate. Si se pone el tema encima de la mesa, malo, porque ya no hace falta. Si no se habla de ello, malo, porque entonces parece que estamos ocultando algo. Si se dice con solemnidad y seriedad, malo, porque parece que estás haciendo una confesión. Si lo dices de pasada y con tono divertido, malo, porque entonces parece que intentas pasar de puntillas por el asunto. Si criticas que se haga, malo, porque eres un homófobo. Si celebras que se haga, malo, porque eres un ñoño desubicado. Si te violenta el tema, malo, porque te comportas como un inmaduro que se escandaliza al hablar de estos temas. Si pasas de comentarlo, malo, porque entonces te acusarán de indiferente.
No hacía falta. Ya lo sabíamos. Era un secreto a voces. Y a mí qué me importa. Bien por ti. Menudo desperdicio. Yo no digo que soy hetero. Lo haces para darte publicidad. Si tan feliz eras por qué haces esto ahora. Si no pasaba nada entonces por qué no lo habías hecho antes. Si lo haces para ser más feliz por qué parece que vas a romper a llorar. Si no estás confesando nada entonces por qué resoplas y estás tan serio. Quién te crees que eres para pensar que lo que tú haces le puede servir a miles de personas. Hacer esto solo hace que parezca que sigue siendo necesario. Gracias por hacer esto porque demuestra que sigue siendo necesario. Entonces escribías canciones que ocultaban unas cuantas mentiras…
Cada una de estas opiniones puede ser más o menos sensata cuando se pronuncia de manera aislada pero, cuando se juntan todas, el cacareo se hace ensordecedor. Y parcial. Sin ir más lejos, he leído más de un comentario sobre el malvado heteropatriarcado que obliga a los gais a llevar una doble vida, y sobre la malvada industria discográfica que obliga a sus estrellas a fingirse heterosexuales porque (nadie acaba de explicar bien por qué) lo contrario impide el éxito. Sin embargo, no he leído muchos comentarios serios sobre la responsabilidad personal de Pablo Alborán en vivir su vida de manera adulta y madura durante todos estos años en lugar de una doble vida (toda persona tiene esa responsabilidad, aunque no sea una reina del pop) ni sobre por qué alguien que no ha tenido ninguna opresión en su entorno familiar, social y laboral tiene que ser exonerado de esa responsabilidad personal solo porque pertenece a la industria discográfica. Pero aquí me tengo que callar. Porque lo que sí sé es que no sé más que esto.
En estas cosas de las salidas del armario el qué, el cuándo, el por qué y el cómo son las cuestiones fundamentales en las que al final está la madre del cordero del asunto. Especialmente cuando se hace a la luz y los taquígrafos de las redes sociales.
Por qué Pablo Alborán ha hecho ahora esto de esta manera es asunto suyo y, además, sería ingenuo por nuestra parte pensar que podemos conocer completamente todo lo que hay detrás de sus palabras. Si lo hace en las redes es porque quiere que los demás lo sepamos, eso es evidente. Igual de evidente que, si nos lo dice, nos está autorizando a opinar sobre ello. Sin embargo, aunque la comparta con el universo, debemos recordar que el primer y único dueño de su historia es él. Tampoco debemos dar por hecho que, con la información que nos ha proporcionado en su homilía, el asunto queda zanjado y tenemos la imagen completa de lo que Pablo Alborán ha querido hacer. Demasiados flecos siguen sueltos y no pasa nada porque sea así: él no está obligado a desvelarlo todo y puede que haya cosas que ni él mismo sabe o se ha parado a pensar.
Podemos debatir sobre si el cantante ha sido contradictorio en los motivos con que argumenta su declaración. Sobre si miente o dice por fin su verdad, sobre si es hipócrita u honesto. Debatir está muy bien y él nos ha autorizado a hacerlo. Sin embargo, debatir no es juzgar mezquinamente su vida, o caer en el cuñadismo de creer que porque hemos visto su vídeo de Twitter entonces ya lo sabemos todo sobre él. ¿Qué sé yo de lo feliz que ha sido Alborán todos estos años? ¿Por qué doy por hecho que esta es la primera vez en su vida que admite ser gay, cuando en realidad lo que ha hecho es decírnoslo a quienes no le conocemos de nada –repito, de nada-, no a quienes llevan años conviviendo con él? Es demasiado fácil pasar de la crítica sana, que sabe distinguir lo que se sabe de lo que se presupone, a creerme poco menos que llevo comiendo y cenando con Pablo Alborán, y velando a los pies de su cama, desde que aprendió sus primeros acordes.
Una vez más, lo importante es que los árboles no nos impidan ver el bosque. Evaluar las cosas con perspectiva y quedarnos con lo verdaderamente relevante, aunque no coincidamos con todo. Creo que eso es más útil que limitarnos a chismorrear o, peor aún, que limitarnos a criticar el tipo de gay que es Pablo Alborán solo porque no se parece al tipo de gay que somos quienes le criticamos.
Yo, por ejemplo, a menudo pienso que ciertas muestras de afecto en ciertas situaciones públicas son innecesarias cuando son demasiado efusivas (tanto en heterosexuales como en homosexuales), pero también pienso que prefiero que la gente se coma la boca a que se dé de hostias. También pienso que ciertas declaraciones de amor en público o en las redes son excesivas, pero también pienso que prefiero que la gente se diga a voces que se ama a que se diga a voces que se odia. Por tanto, ¿me parece impecable todo el discurso de Pablo Alborán? No, no me lo parece, pero sería largo comentar aquí cada matiz. Lo que sí me parece es que prefiero que Pablo Alborán diga en redes que es gay a que viva el resto de su vida pensando que no puede hacerlo. Prefiero un mundo en el que existe un Pablo Alborán que puede utilizar su privilegio de famoso y poderoso para dar un buen ejemplo de libertad y autoafirmación que vivir en un mundo donde eso se critica a muerte, o donde el privilegio se utiliza para ofrecer ejemplos dañinos. Si tengo que dar una opinión corta sobre la salida del armario de Pablo Alborán, es esa.
Rafael San Román Rodríguez, psicólogo