Nos encontramos en el mes de octubre, un mes en el que los últimos años se ha reivindicado como octubre trans. En este mes también se encuentra el día de la despatologización trans (haz click aquí para leer nuestro post sobre este tema) uno de los grandes retos que se proponen junto con el derecho de la libre autodeterminación del género.
No obstante, la despatologización va más allá de la reivindicación de que diferentes identidades diversas no sean consideradas una enfermedad. Implica ampliar el binarismo sexo-género, es decir, se reivindica y se visibiliza la posibilidad de identificarte en medio, en ambas o aparte de las rígidas categorías hombre/mujer de una manera totalmente legítima y válida. Pero, también se reivindica, ya sea por la conciencia de las dificultades que se encuentran las personas de identidades diversas o por decisión propia, el acceso a los tratamientos necesarios en la sanidad pública. Ya que, no olvidemos que el término de disforia de género con el que actualmente se diagnostica y consecuentemente se patologiza a las personas trans, proviene del DSM-V. Este manual diagnóstico y estadístico de trastornos mentales, a pesar de poder ser un instrumento válido y útil en algunas vivencias, también señala, especialmente al hablar de diversidad sexual y afectiva, qué es normal y qué no. En esta misma línea, tampoco olvidemos que el DSM-V proviene de EEUU y debido al funcionamiento de la sanidad (privada) en este país, las aseguradoras necesitan un diagnóstico para poder ofrecer el acceso a los servicios sanitarios, pero el mundo no es EEUU.
Asimismo, existe otro gran reto que se enmarcaría dentro de lo que se conoce como el derecho de autodeterminación del género. Un punto que ha generado mucha polémica dentro de la propuesta de la ley trans y que ha sido muy criticada también dentro de algunas corrientes feministas. Es cierto que la operatividad de la autodeterminación puede ser muy compleja debido a las subjetividades en las que se basa. Pero, por una parte, que alguien proponga otra vía que ofrezca la misma o mayor libertad con la que las personas trans tienen derecho de vivenciar su género y, por otra parte, la autodeterminación es totalmente legítima. De hecho, desde los feminismos siempre se ha abogado por la no imposición hacia las mujeres por parte de agentes externos o terceras personas sobre sus decisiones ni sus vivencias, por ello, ¿cómo puede ser que se quiera prohibir a las personas su derecho de autodeterminación del género? Y, por supuesto, aquí también se incluiría la autodeterminación del sexo y de las orientaciones. Al final, con todo ello, se reproducen las lógicas de exclusión que tanto se han criticado desde el feminismo y este “debate” se convierte en una caricatura en sí. Ya que, obviamente, el género es una imposición con sus roles de género etc., pero, a su vez, quien es nadie para decir quien es hombre o mujer o cómo categorizar las vivencias ajenas, lo que tampoco significa que la autodeterminación implique la elección de manera voluntaria. En definitiva, estas interseccionalidades hay que contemplarlas unidas porque por separado caemos en la misma trampa patriarcal de las identidades inmutable y esencialistas.
Sin embargo, estos dos grandes retos quizá se conseguirán, principalmente la despatologización, o eso creo yo. Pero, hablamos de leyes o manuales diagnósticos y en este sentido, son unos parches necesarios, pero no suficientes. Porque con la consecución de estos retos quizá se consiga la legitimización política de la autopercepción del género, pero probablemente con ello no desaparezca la percepción social hacia las personas trans, esas miradas y prejuicios que tienen un gran impacto emocional. Es decir, habrá que replantearse muchos más ámbitos que influyen en el día a día como puede ser el deporte, la sanidad, la educación, la cultura etc. donde se pueda construir una sociedad con una mayor flexibilidad identitaria en la que las personas trans tengan la misma libertad vivencial y por supuesto con el acceso a los mismos derechos.
Miren Zuazua, psicóloga