Ya lo hemos hablado, pero tengo que insistir. Desde hace tiempo observo con preocupación cómo está haciendo fortuna en bocas jóvenes pero muy conservadoras el viejo relato sobre la masculinidad, recuperado cuando ya lo creíamos en proceso de superarse. Ese relato habla de una masculinidad rígida, unívoca, que asimila lo masculino a la ausencia de pluma, atribuyendo una baja cantidad de “cualidad de ser hombre” a los hombres que no cumplen con ese patrón.
Este es el relato propio de los heterosexuales biempensantes y ha sido asimilado a lo largo de la historia por homosexuales que no dejan de abrazar el heteropatriarcado. Regresa con formas engañosamente amables pero el mismo fondo de siempre, haciendo alarde de una paradoja realmente absurda. Por un lado, el nuevo macho homosexual consiente la conducta y afectos homosexuales pero censura lo que se considera femenino (especialmente la apariencia y ademanes), vinculándolo a algo de nivel inferior, poco atractivo, susceptible de evitarse, ocultarse y modularse. Se escuda en una reivindicación legítima de lo que le atrae sexualmente, pero suele acabar revelando que la feminidad del homosexual le parece algo que-no-debe-estar, que le incomoda incluso dejando de lado lo sexual, es decir, aunque sea en un amigo, un compañero, un desconocido que va por la calle o alguien que le atiende en un establecimiento. El hombre femenino es menos atractivo y, de nuevo, poco respetable. El homosexual femenino es menos respetable, el homosexual demasiado femenino corre el riesgo de avergonzar y ser relegado al cajón de las personas no presentables.
En definitiva, lo femenino en un hombre no solo no gusta, sino que ese viejo relato recuperado en bocas nuevas autoriza a afirmarlo como si fuera algo que uno puede decir sin rubor, con la inocencia de lo disculpable. Quienes lo defienden se sienten autorizados a expresarlo como si tal cosa, como quien dice que no le gustan los días de lluvia sino que prefiere los soleados. Sé marica, pero no seas femenino. Sé marica, pero no lo parezcas. Aquí mariconadas las justas.
Lo cierto es que, relatos aparte, la masculinidad es la cualidad de ser masculino y masculino es lo perteneciente o relativo al varón. ¿Eres o te consideras un varón? Eres masculino. Punto. Y lo eres a tu manera y esa manera es bella y masculina tal cual es. Todo lo demás es pura construcción añadida; en realidad, si nos ponemos estupendas, no se puede ser poco o muy masculino.
Muchos hemos crecido conviviendo con una idea inalcanzable de la masculinidad, una exigencia que solo nos ha conducido a la frustración (a nosotros y a los que pretendían educarnos) y a la deformación de nuestro autoconcepto. De este modo, hemos aprendido que ser poco masculino equivale a ser poco hombre (qué tremendo es el lenguaje). Al experimentar el contraste entre lo (oficialmente) masculino y nuestra manera peculiar de ser hombres, lo (oficialmente) masculino acaba siendo fuente de incomodidad e inadecuación, no habla de nosotros.
La buena noticia es que, autoafirmación y empoderamiento aparte, a veces la vida nos hace el regalo de tener una experiencia diferente con nuestros otros compañeros hombres: la experiencia de convivir con una versión nueva de la masculinidad, una visión del hombre heterosexual no agresor, no dominante, no amenazante, no discriminador. Reconozcamos a esos hombres buenos y disfrutemos al máximo de su compañía. Demos gracias por nuestros amigos, compañeros, jefes, familiares heterosexuales e inclusivos, ¡de cuántos apuros nos sacan y en cuántos líos evitan que nos metamos!
Un ejemplo maravilloso de masculinidad es el que muestra la serie Please Like Me. Relaciones entre hombres, amistad entre hombres, solidaridad, cariño, lealtad entre hombres al margen del deseo, la frustración, la inmadurez… ¿Pluma? ¿Feminidad? Si no has visto ni oído nunca a Josh Thomas, su creador y protagonista, no has visto nunca a un hombre con pluma. Josh es la pluma. Y es un hombre sensacional. También es un monstruito con mucho de caricatura y mucho de humanidad, como lo son el resto de personajes de la serie, que tiene para todos, ni heteros ni gais se libran de sus aguijonazos. Entre otros cientos de perlas, en uno de los capítulos de la serie asistimos a una escena exquisita en la que, de camping y bajo la lluvia, participan Tom (el mejor amigo hetero de Josh) y Arnold (el novio de Josh). ¡Tranquilos, no voy a destriparos nada! Pero, solo por esa escena, ya es maravilloso ser hombre y amar a través de la pantalla a esos hombres masculinos e imperfectos que, a su manera, conviven, se cuidan, se dañan y reparan sus vínculos.
Rafael San Román, psicólogo