Cuando hablamos de diversidad erótica, nos referimos a las diferentes formas de expresar nuestra sexualidad a través de prácticas, fantasías o deseos, más allá de aquellas consideradas normativas. Es decir, todas aquellas que se salen de “lo normal”.
Pero, ¿y qué es esto de “lo normal”?
“Lo normal” o lo normativo en relación a la erótica comprende aquellas prácticas heterosexuales, monógamas y coitocéntricas, dotando de especial relevancia a la penetración. Este modelo se ha venido replicando también en relaciones de personas del mismo género.
Sin embargo, la realidad nos demuestra una y otra vez que somos personas diversas en multitud de aspectos y la norma lo que hace es limitar y jerarquizar nuestras expresiones y vivencias. Echando mano de una frase que utilizamos bastante desde la Sexología: “normal es un programa de mi lavadora”.
A pesar de esto, el mandato de lo normal se ha venido sustentando y reproduciendo a lo largo de la historia de diferentes maneras. Por ejemplo, desde la Psiquiatría y la Psicología, se han considerado una serie de peculiaridades y prácticas eróticas como trastornos mentales, incluyéndolas bajo el término parafilias en diferentes manuales diagnósticos. A día de hoy, este término se sigue utilizando junto a desviaciones sexuales. Este mandato de normatividad y esta patologización ha ocasionado que numerosas personas vivan sus prácticas eróticas con malestar, vergüenza y culpabilidad.
Resulta gráfico y didáctico entender y colocar las prácticas sexuales en un continuo, con un concepto a cada extremo. Por un lado, kink es un término paraguas que engloba aquellas prácticas eróticas no normativas. En contraposición, se utiliza el término vainilla para denominar aquellas prácticas más cercanas a lo considerado normativo.
Dentro de kink estarían comprendidas las diferentes siglas que componen BDSM, es decir, Bondage, Disciplina, Dominación, Sumisión, Sadismo y Masoquismo y otros juegos de roles que conllevan una asimetría de poder. También se encuentra incluido el shibari, un arte japonés que consiste en comunicarse de forma erótica utilizando cuerdas. O los fetichismos, aquellas eróticas enfocadas en objetos o partes del cuerpo no genitales. Es decir, cuando hablamos de fetichismos nos referimos a la obtención de excitación sexual y placer a través de fetiches. Algunos de los fetiches más comunes son los pies, zapatos de tacón, látex o prendas de lencería.
Es importante destacar que estos términos cuentan con numerosos matices y que cada persona y/o comunidad los definirán, experimentarán y vivirán de una manera única y peculiar.
También resulta relevante, debido a la naturaleza de este tipo de prácticas, diferenciarlas de dinámicas y relaciones de abuso. Para ello, son ingredientes fundamentales la responsabilidad, tanto individual como hacia las otras personas, el consenso acerca de lo que se va a hacer y ser conscientes de los riesgos y consecuencias asociados. También es importante contar con un grado alto de autoconocimiento acerca de los propios deseos y límites, con habilidades de comunicación para explicitarlos y un respeto de los mismos por parte de la otra persona.
Y, como siempre, para relacionarnos de una forma igualitaria y satisfactoria, es imprescindible hacerlo desde un enfoque feminista.
Alba Alonso, psicóloga y sexóloga