En la historia existen referencias, de diferentes épocas y de diferentes culturas, en las que se describe la existencia de personas trans, como las Gallae en la antigua Roma o la palabra Kliba para las personas que no se identifican ni como hombre ni como mujer en el sánscrito. En la actualidad, hay otras culturas en las que se reconoce la existencia de personas trans como las hijras de India, los two-spirits nativos americanos o los Sererr del pueblo Pokot en Kenya, entre otros.
Es decir, el diagnóstico de transexualismoo de disforia de géneropuede considerarse un producto de occidente del siglo XX, ya que, fue en la década de los 50 cuando Harry Benjamin, médico alemán y que desarrolló su carrera en EEUU, introdujo en la literatura el término de transexualismocomo una patología y ya en 1980 se incluyó este término como diagnóstico en la tercera edición del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-III). La misma edición que descartaba la homosexualidad como patología, si bien, mantenía el diagnóstico “homosexualidad egodistónica” refiriéndose a las personas que sufren por su orientación sexual. Este diagnóstico lo quitaron en la 4ª edición del DSM entendiendo que el sufrimiento era consecuencia de la homofobia social y no de origen interno a la persona, si bien, incluyeron el diagnóstico de trastornos sexuales no especificados como una categoría para continuar incluyendo a personas no conformes con el género tanto en identidad como en orientación. En este manual, el diagnóstico de las personas trans ha seguido un camino similar al de la homosexualidad. Se pasó de transexualismoa trastorno de la identidad de género, en este caso ampliaban el foco para no centrarse exclusivamente en la operación quirúrgica, pero incluían la palabra trastorno dentro del concepto. En la actualidad, se utiliza la 5ª y última edición del DSM y se mantiene el diagnóstico bajo el término de disforia de género.
Es decir, en el DSM, los diagnósticos de homosexualidad y de transexualidad siempre han existido, pero con diferentes términos. Por ello, parece haber un intento por parte de la Asociación Americana de Psiquiatría (APA), quienes desarrollan el DSM, por escuchar y adaptarse a lo que el activismo y parte de la academia reivindica, pero sin terminar de asimilarlo y de transformarlo. Es un sí, pero no. Así, reproduce la normatividad de género y mantiene la discriminación.
El principal argumento para mantener un diagnóstico para las personas trans, consiste en que gracias al diagnóstico se puede tener acceso al sistema sanitario y poder así asegurarse una intervención médica para la transición. Sin embargo, no toda intervención médica debe de ir acompañada de una enfermedad diagnosticada, de hecho, en la mayoría de hospitales existe el servicio de obstetricia y ginecología para atender a personas embarazadas y de momento el embarazo no es ningún trastorno. Además, se establece el diagnóstico con el argumento de poder recibir intervención médica, es decir, se observa a las personas trans desde una perspectiva biologicista, sin embargo, no todas las personas trans necesitan ni buscan una intervención quirúrgica.
Ha habido muchos movimientos sociales y académicos que llevan décadas pidiendo la retirada del diagnóstico de las identidades trans de los manuales. Una de las iniciativas más conocidas es la llamada Stop Trans Pathologization que reivindica, aparte de la retirada de los diagnósticos, la garantía de los derechos sanitarios de las personas trans y la inclusión de una perspectiva basada en la autonomía y la decisión informada.
La inclusión de la disforia de género en un manual de diagnóstico de trastornos mentales legitima y reproduce el sistema sexo/género. Al final, se entiende cualquier disconformidad con el género como una patología que debe de ser tratada por especialistas. Así, se evita que la disonformidad de género se convierta en un asunto político y social.
El propio DSM recalca, en la definición del término trastorno, la idea de que por ejemplo una persona no es esquizofrénica, sino que tiene una esquizofrenia. Sin embargo, una persona no tiene un transgénero, es una persona trans. Es decir, la identidad de género no puede, per se, ser considerada como una patología mental y en caso de que hubiese algún trastorno psicológico sería subsecuente pero no la causa. Las identidades trans son en sí una transgresión al sistema político y social binario, no una enfermedad.
Miren Zuazua, psicóloga