Como hemos apuntado en los anteriores capítulos de esta serie, el consumo de drogas es para muchas personas una poderosa herramienta para, entre otras cosas, desinhibirse en el terreno sexual. Es decir, las drogas les ayudan a hacer aquello que les apetece pero no se atreven o no se sienten autorizadas a hacer en condiciones de sobriedad.
Hay tres emociones que se esconden tras nuestras inhibiciones sexuales. La primera de ellas es la culpa. La segunda, la vergüenza. La tercera es el miedo. Las tres se han instalado en muchas personas fruto del aprendizaje, es decir, de una educación sexual demasiado restrictiva y llena de mensajes sesgados. Las tres están íntimamente relacionadas entre sí, potenciando sus efectos.
Los aprendizajes asumidos a lo largo de nuestra vida sobre lo que es adecuado o no en el sexo pueden habernos conducido a dar por buenas algunas conclusiones que en realidad nacen de la confusión. Algo tan simple como pensar que si me gusta mucho el sexo es que soy una guarra está relacionado con la culpa, de la misma manera que no ser capaz de decir eso mismo en voz alta pertenece a la familia de la vergüenza. Por otro lado, no ser capaz de relajarte en la cama o cuando sales de ella porque piensas que tocar a una persona te aboca irremediablemente a contraer una infección de transmisión sexual (que, como todo el mundo sabe, es lo último de lo último que le debe pasar a una persona, es peor que ser Bin Laden) tiene que ver con el miedo.
Ante este panorama, resulta fundamental revisarse en profundidad y hacer consciente la parte de nosotros que está innecesariamente inhibida en lo que se refiere a sexo. Se trata de poner en tela de juicio la educación sexual sexofóbica que hemos recibido en mayor o menor grado y contraatacar con creencias más ajustadas a la realidad cada vez que nos asalte el ramalazo inhibidor.
Debemos recordar, como ya hemos indicado en anteriores artículos, que dentro del marco de una ética sexual adecuada (la que nos indica nuestro autocuidado y el cuidado de los otros como límites de lo aceptable) en nuestra vida sexual vale todo.
Si perseveramos en esta revisión, dejaremos poco a poco de confundir “prácticas sexuales poco convencionales” con “prácticas sexuales inadecuadas”. Tampoco confundiremos el todo con la parte (un sesgo cognitivo de lo más frecuente). Por ejemplo, “Me gustan los melocotones” no equivale a “Me enloquecen los melocotones” ni mucho menos a “Solo me gustan los melocotones” o “Comería melocotones permanentemente”.
Por último, si cada vez que aparece en tu interior el concepto “Me gusta” lo hace acompañado de malestar psicológico de algún tipo tienes que tomártelo como un enorme cartel de neón que centellea diciendo: necesitas trabajar tu inhibición para tener una vida (sexual) mejor.
Rafael San Román, psicólogo