Cuando comencé este blog, decidí que la visibilidad sería una condición básica en él. Todo el mundo que intervendría en la conversación desde los posts de ASS- debería ser visible con su seroestatus. No obstante, la realidad se fue imponiendo poco a poco, y aunque la visibilidad sigue siendo una parte fundamental del proyecto de ASS-, me di cuenta de que muchos testimonios importantes quedaban fuera porque no podían ser enunciados desde un “yo”. La mayoría de las personas con VIH corren importantes riesgos al revelar su estatus serológico.
Por eso, he decidido abrir una ventana a los relatos anónimos. Aquí va el primero. Si estás interesado en compartir el tuyo, al final de este post encontrarás las instrucciones.
Esta nueva sección de ASS- abre con “Crónica de un vampiro”. El objetivo de este blog fue siempre tener una conversación abierta con todas las opiniones y experiencias sobre el VIH, también las más radicales y que más nos incomodan. Nunca me interesó higienizar el VIH, pues hay muchas maneras de vivir el virus. Habrá quienes se tomen el todo por la parte y armen escándalo al leer esto. Poco puedo hacer contra eso. Pero lo cierto es que este blog tiene suficientes testimonios como para mostrar la complejidad de las experiencias.
La persona que me envió el relato pensó seriamente en publicarlo desde la visibilidad. Hoy se encuentra en un momento muy diferente al que aquí relata. Finalmente se decidió por el anonimato, aunque sea temporalmente, pues el lugar donde vive y sus condiciones no son las óptimas para dar su nombre.
No sé si lo que aquí se cuenta es cierto o no. Sí sé que es verosímil. Por supuesto, cada cual es responsable de sus propios actos, tanto esta persona de actuar como aquí cuenta (si es que los hechos en realidad ocurrieron), como aquellos que decidieron tener sexo sin protección, conociendo los riesgos. Que cada cual se responsabilice de su cuerpo. Es fácil culpar a otros de lo que nos pasa, yo mismo podría hacerlo con mi propio caso, iniciar un proceso inquisitorial tras aquél que me pasó el virus. Pero es ridículo. Desde aquí he defendido siempre que la responsabilidad sobre cómo decidimos tener sexo es sólo nuestra, en tanto adultos que tenemos sexo consentido usando los métodos de protección que hayamos consensuado implícita o explícitamente, y siempre conscientes de que la seguridad total no existe, es una quimera que nos cuentan para cargar moralmente a las personas con VIH. Que haya alguien queriendo infectar por ahí no nos convierte en víctimas; a fin de cuentas, las personas con las que tuvo sexo este escritor anónimo decidieron tenerlo de esa manera.
Sé que esta opinión mía difiere de lo que muchos sistemas legales estipulan, pues la ley tiende a criminalizar al seropositivo y a infantilizar al seronegativo, como si éste último fuese un niño indefenso que no pudo elegir sus métodos de prevención. Por favor, tengan esto en cuenta, protéjanse de la criminalización.
Todos tenemos ese mecanismo de defensa que consiste en tildar de monstruoso lo que no entendemos. Podemos decirnos a nosotros mismos que la persona que firma esta crónica es un monstruo, escandalizarnos y pensar que nada tiene que ver con nosotros. En parte, tendríamos razón. Él mismo se llama “vampiro”, asume la naturaleza monstruosa de esa etapa de su vida.
Pero hay otra opción, que a mi modo de ver es más interesante. Podemos pensar qué lleva a alguien comportarse así. A pesar de lo monstruoso, que sin duda lo es, yo mismo me reconozco en algunas líneas (en otras, claramente no). Recordemos que los vampiros son muertos que renacen, cadáveres que vuelven a la vida, para habitar en las sombras y alimentarse de otros. Recordemos que, a día de hoy, las campañas de salud sexual nos siguen pintando de esa misma manera, como vampiros, creando la idea de que detrás del diagnóstico no hay nada, una sombra que tendremos que habitar; nos pintan de seres míticos y peligrosos de los que hay que resguardarse. Nos etiquetan de amorales, dañinos, una amenaza. Lo hacen desde la superstición y la mentira, pero muchos recién diagnosticados sólo cuentan con esta información y la asumen.
Fíjense en esta campaña de salud sexual de Puerto Rico. Un chico guapo es, en realidad, un vampiro con VIH. Brutal.
Conocí esta campaña gracias a L’Orangelis Thomas Negrón
El mismo sistema que nos pinta así por defecto, es el que luego nos criminaliza.
No pretendo quitarle responsabilidad alguna al autor del texto. Como digo, cada cual es responsable de sus actos. Hoy la ciencia ha concluido que aquellas personas en tratamiento e indetectables no pueden transmitir el virus. Pero no es importante perder de vista que el monstruo se crea por varios factores. En la cúspide de las responsabilidades está un sistema que nos invisibiliza, criminaliza por defecto y nos trata como animales peligrosos. Muchos recién diagnosticados, carentes de otros recursos de información, asumen como cierto este discurso y encauzan su vida a través de él.
Dicho esto, mi postura hacia la ética sexual es muy diferente a la expuesta en esta crónica. La he explicado aquí y aquí. Este post no promueve la actitud que relata la crónica, en absoluto. El objetivo es democratizar las relaciones médico-paciente, las campañas de salud sexual, acabar con el estigma, y promover una actitud mejor informada y más libre hacia el sexo.
Para ello, necesitamos hablar de todo. Que no hablemos, no significa que no exista. Que exista, no significa que sea la regla (no lo es), ni que tenga una explicación fácil (no la tiene).
Ahí va la crónica:
Crónica de un vampiro
Somos como vampiros, porque mantenemos un secreto que en cualquier momento puede ser revelado. Somos como vampiros porque estamos muertos en vida. Somos como vampiros porque debemos cuidarnos más que cualquier mortal.
Teniendo una gran parte del camino recorrido, aún sigo manteniendo esta metáfora. Para la fecha llevo 7 años con la condición. Siete años en los cuales he pasado por varias facetas, que creo que todos siendo positivos en algún momento nos han tocado vivirlas.
Recuerdo que cuando me informaron sobre mi condición, asumí una posición fuerte y al mismo tiempo autodestructiva. Era un chico joven, tenía apenas veinte años, no sabía a quién decirle o con quien contar, no sabía con quién desahogarme. Fue entonces donde este pensamiento invadió mi mente. Una voz en mi subconsciente me decía “eres como un vampiro y nadie puede saberlo…” Pasaron varios días, varias semanas, hasta que decidí contárselo a mi mejor amigo, que en su momento me apoyó y me reveló que a su hermano gemelo también lo habían diagnosticado apenas hace unos días atrás pero que nadie sabía ni podría saberlo. En ese momento entendí que no era el único que asumía esa posición.
Fue pasando el tiempo, y sin contar con nadie me decidí y asumí el reto. Pensaba que iba a morir pronto, no en unos meses, pero sí creía que iba pasar en un par de años. Busqué ayuda, comencé a tomar tratamiento, pero al mismo tiempo vivía mi vida como si no existirá un mañana, una vida llena de excesos, de actos de perversión y promiscuidad. Salía por las noches a buscar nuevas víctimas, nuevos mortales a quien morder y convertir en “vampiros”. Podía conseguir a quien quisiera, era muy joven y, no lo voy negar, estaba en una buena etapa. Pero, a pesar de que tenía a quien quisiera, seguí despertándome en mi habitación solo, con un sentimiento en el pecho de vacío enorme, lo cual me estaba arrastrando a una depresión apocalíptica y me iba hacer tocar fondo en cualquier momento.
El autor eligió esta imagen para su crónica
Al cabo de un par de años de estar diagnosticado y seguir tomando tratamiento, poco a poco fui entendiendo que esto no me mataría así de rápido, pero aún asumía que no pasaría de los treinta. No conocía ni sabía de alguien de misma condición que llevara una vida positiva por más de 10 años. Decidí seguir con mi estilo de vida loca. Para mí no existía el amor, esa posibilidad dentro de mis expectativas no existía. Había decidido ponerle un punto y final a mi vida al llegar a los treinta, así el virus no fuese la principal razón de muerte. La decisión estaba tomada, al cumplir los 30 no quería seguir viviendo, o mejor dicho no quería seguir estando muerto en vida.
Asumí el hecho de tener un virus dentro de mí como un arma, ser una especie de antihéroe que se vengaba de los chicos desalmados que solo se la pasaban dejando corazones rotos a su paso. Ya no era tan banal a la hora trasmitir mis súper poderes, por llamarlo de alguna manera. Cada año que pasaba para mí no era no era motivo para festejar o estar alegre, sino una señal de que el tiempo se me estaba acabando y que no existía antibiótico alguno que me curara para revocar mi decisión. Pero, de repente, sin pensarlo, llegó mi primer fracaso amoroso, mi primera prueba. Vestido con ropa deportiva y una sonrisa encantadora, me cautivó y me dejé llevar. Al mismo tiempo pensaba que lo que estaba haciendo era incorrecto, pensaba que cómo era posible el amor entre un simple mortal y un vampiro como yo. Pasaron dos años más hasta que la ilusión se terminó y con ella se fue todo lo que en el exterior me mantenía. Toqué fondo, llegué al final del agujero. Realmente no era nadie.
Para salir del agujero en el que me hallaba, decidí alejarme de todo. Fue tan radical mi decisión que hasta decidí mudarme de ciudad. En mi antigua ciudad se quedaron mis ganas de seguir viviendo, mis visitas a médicos y hospitales, mi toma de tratamiento. No era del todo consiente de lo que estaba haciendo, simplemente quería olvidar, quería olvidar el nuevo ser en que me estaba convirtiendo. En ese lapso de tiempo terminé de odiarme, pero al mismo tiempo sané ese odio y comencé a reencontrarme conmigo mismo. Fue una pelea ardua, pero al sentirme listo, al sentir que ya me conocía de nuevo, comencé a amarme. Fue entonces donde pude entender que nadie es indispensable, que la felicidad sólo se encuentra en nuestro interior y no en otra persona.
Al terminar de comprender esto, decido recuperar mi antigua vida, pero esta vez haciendo ciertos cambios, asumiendo lo que soy y lo que tenía que hacer si quería seguir estable en cuanto a salud. Regresé a mi ciudad, tengo un nuevo comienzo, no les voy a negar que con sus altos y bajos, pero aquí estoy con ganas de seguir viviendo, desechando la idea del suicidio, con ganas de enamorarme, con ganas de creer que sí se puede. Que a pesar de los fracasos siempre va existir una nueva oportunidad para comenzar de nuevo.
¡Claro que sí!
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