¿Coquetearías con alguien en un bar tapándote la cara? ¿Vas por la calle con un cartel que dice “Los que tenéis pluma inhibís mis erecciones, por favor NO me habléis” o uno que pone “Me muero por tener pareja pero me corta el rollo que quiera acostarse conmigo”? ¿Verdad que no? Entonces, ¿qué sentido tiene que lo hagas en Grindr?
Cada uno tiene su estilo de ligar y está muy bien que utilice todas las armas a su alcance para hacer diana. Al fin y al cabo, si algo nos han enseñado las aplicaciones de ligoteo es que para un roto siempre hay un descosido.
Sin embargo, a menudo encontramos en estas apps mensajes que pueden resultar contradictorios (“no busco sexo pero salgo sin camiseta en mi foto de perfil”), explícitamente homófobos (“la pluma me da grima”), ligeramente ambiciosos (“busco un compañero de gym, teatro, viajes, cañas, confidencias a medianoche, paseos junto al mar, alguien con quien envejecer”) y luego están esas presencias misteriosas que observan a los demás agazapados entre la maleza: perfil sin foto y sin ningún dato, cien por cien a palo seco.
Partimos de la base de que, siempre que no se lancen mensajes de odio, uno es perfectamente dueño de crearse en Grindr el perfil que le parezca más adecuado. ¡Solo faltaba! Sin embargo, y valga la cacofonía, en este tipo de aplicaciones se observa una cierta tendencia a “ponerse de perfil” cuando uno se crea un perfil: ponerse de lado, no mojarse, ser ambiguo y algo cerrado, lanzar la piedra y esconder la mano, de tal manera que estoy ahí pero no quiero que lo que pasa a mi alrededor me toque o afecte, me pida una opinión o un posicionamiento. Me pida un mínimo de franqueza, honestidad o coherencia.
Aunque el resultado de esto es más o menos uno -esto es, que cunda el desconcierto entre quienes ostentamos perfiles más estándar- las causas de que tantos hombres se pongan de perfil en sus aplicaciones de ligue pueden ser diversas y más de una tesis doctoral daría para estudiarlas (atención psicólogos, antropólogos, sociólogos, sexadores de pollos y criminólogos: tenéis aquí selva virgen para explorar).
Sin embargo, cuando me quito las gafas de psicólogo y me pongo las de usuario, dejo de llamarlas causas y paso a considerarlas, simplemente, excusas. Aun así, como a veces no llevo esas gafas pero sí las lentillas, se me ocurre en seguida que en la base de este patrón hay algo que ya está siendo estudiado científicamente: la homofobia interiorizada, que lleva a tantos hombres conservar un poso de vergüenza respecto a su sexualidad y sus afectos, a dar el paso de crearse un perfil en una aplicación de ligue pero a hacerlo con la boca pequeña, o de manera equívoca, errando el tiro sin saberlo o directamente utilizando la aplicación para hacer una exaltación heteronormativa de su manera particular de ser homosexuales.
Al usuario de aplicaciones que hay en mí esto le crispa, pero ay, confesiones de un psicólogo, no puedo negar que también me fascina. Si estás en Grindr y cumples sus normas no hay nada que yo tenga que decirte al respecto. Pero si estás en Grindr y te avergüenzas de eso, entonces tu problema no es Grindr y tampoco lo es el mundo que te rodea. El problema es tu vergüenza. La buena noticia es que eso es algo que puede cambiar y, como psicólogo, siempre estaré encantado de ayudarte a que lo hagas.
En cualquier caso, haz lo que consideres, yo no soy nadie para juzgarte. No estoy aquí para insultarte ni decirte lo que tienes que hacer, pero sí para comentar algunas de tus conductas sin olvidar que tú eres mucho más que ellas. En definitiva, solo quiero que pensemos juntos en por qué hacemos lo que hacemos y así mejorar la manera que tenemos de relacionarnos entre nosotros y con nosotros mismos.
Recordemos que estamos en Grindr y en las demás aplicaciones para conocernos entre nosotros y disfrutar, no para ejercer nuestro particular Juego de Tronos de las Galaxias de la Zona Oscura. Estamos en Grindr para sacarnos a relucir y no para hundirnos. Esconderse, denigrar, buscar lo contrario de lo que afirmamos buscar, engañarnos y tratar de engañar son cosas en las que todos deberíamos intentar no caer.
Rafael San Román, psicólogo